Macbeth

“Se ha dicho una y mil veces; Macbeth es la obra acerca de la ambición. Harold Bloom no lo discute, pero agrega que se trata de la tragedia de la imaginación. Acuerdo por completo con esa apreciación. También creo que es una tragedia de juventud. Tal vez, ambas cualidades de lo humano- imaginación y juventud- converjan en una misma y peligrosa frontera, tras la que todo es posible, desde lo sublime hasta la catástrofe. La ambición, con la indudable carga negativa que tiene en esta historia de Shakespeare, es altamente imprudente en ese hombre llamado Macbeth. Y aunque la ambición no es un rasgo necesariamente malo en sí mismo, ¡por favor, no nos digan hasta dónde podemos llegar porque luego nos será imposible renunciar a ese sueño! Y es eso exactamente lo que hacen las Brujas al inicio de la historia: le dicen a Macbeth hasta dónde puede llegar. Y es lo que hace él a su vez con su esposa. Y ya ambos no ven sino ‘lo que no existe todavía’.

Estoy convencido de que cada sujeto humano es capaz de cualquier cosa. Quizá sólo falte que se conjuren las condiciones adecuadas. Si no fuera así; ¿por qué nos empeñamos, desde hace cuatrocientos años en entender al demonio de Escocia, como lo apoda el buen Macduff? ¿Cómo es posible que empaticemos con quien no vacila en pasar por el filo de la espada a amigos y parientes, y a sus familias? Tal vez sea ese misterio el que hace que se revisite una y otra vez este gran texto. Ser humano es peligroso. Nada nos garantiza que no podamos ser, aunque sea por un minuto, tan enormemente crueles como Macbeth, ni tan enormemente nobles como Macduff. Por supuesto que todos nos creemos buenas personas y querríamos ser como el segundo y nunca parecernos al primero. ¿Pero qué es lo que hace que seamos uno y no el otro?”

Javier Daulte

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