Contradiciendo el refrán, más vale el riesgo por lo desconocido que seguir prendido a lo habitual, aunque esto sea lo recomendado. Y acá va la comprobación: esta cronista pudo ver al menos 18 obras de autores noveles o de creadores con más experiencia, pero desprendidos de la moda, durante el año que se está marchando. Y hubo muchas más, sin duda.
Estoy hablando de danza de autor. No me referiré acá a expresiones como el ballet, el neoclásico, los bailes populares o la comedia musical. Y me circunscribiré a la ciudad de Buenos Aires, a pesar de que en La Plata o en Rosario, por tomar algunos ejemplos, es conocida la movida latente y ya altamente productiva. Pero, a pesar del arco iris de prejuicios sobre la producción de la danza contemporánea experimental, es tanto lo que se hace, que habría que dedicar todos los fines de semana, cuando no los jueves -clásico día que otorgan las salas para este tipo de programación- para ver todo lo que se presenta. Es más: ya quedó atrás el temor a suspender la función por falta de público.
Es importante recalcar que gracias a la enorme y buena producción en danza, y al apoyo que el INT (Instituto Nacional de Teatro) y Prodanza (Programa de apoyo a la danza independiente de la Ciudad de Buenos Aires), existen varias salas que contribuyeron a ampliar la programación de este arte (apoyo que todavía es insuficiente para la cantidad de proyectos). Al Camarín de las Musas, y el Portón de Sánchez, clásicas ya para el público de la danza, deben agregarse el Espacio Callejón, Apacheta sala/estudio y el Teatro del Sur, además de otros espacios esporádicos, a nivel privado. Además, el Centro Cultural Rojas, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, con un nutrido programa coordinado por Alejandro Cervera.
Cuando hablamos de nuevo, de original o experimental, lo asociamos a creadores que pertenecerían a una generación muy contemporánea, lo asimilamos a un grupo etario joven. No es el caso de las obras a las que me referiré, ya que entre sus realizadores hay artistas que apenas llegan a los 20 y otros que están cerca de los 40. Quizá no sea la generación, entonces, la característica más relevante a la hora del análisis, porque lo importante es su falta de apego a ciertas convenciones, aquellas que nadie promueve, pero tampoco desconoce y que, sin embargo, casi todos respetan. Tal vez, entonces, la característica que destaquemos acá sea la sublevación, a veces más violenta, a veces más sutil, frente a los mandamientos de la danza contemporánea propinada por los referentes, los popes, los determinantes de las políticas culturales, los críticos.
Podría arriesgar que gran parte de este cambio que se vislumbra, la danza se lo debe al teatro y al cine experimentales, y eso se nota incluso en los consagrados como el grupo Krapp (gran fuente de inspiración, como lo fue El Descueve, para muchos de los nuevos artistas) El teatro alternativo que vemos es más arriesgado en cuanto a su forma, a los lenguajes escénicos, los dispositivos que requieren actuaciones versátiles o altamente particulares, muy histriónicas. Los bailarines hoy ya no sólo bailan, sino que cantan, actúan, manejan tecnología, construyen estructuras narrativas muy complejas. Pero van más allá, porque no hay una temática clave, realmente no hay linealidad alguna. Están desentendiéndose de tener que explicar. Y esto revela una búsqueda por sobre la condescendencia con el público o con la crítica -que en general pertenece a una práctica anticuada-, incluso en un detalle para nada menor: ya casi no hay textos descriptivos en los programas de mano. Se permiten y nos permiten, experimentar el extrañamiento, la sorpresa, el develar de a poco, junto con el transcurso de la obra, su sentido.
A nivel de lenguaje de movimiento (uso la palabra "lenguaje" a conciencia, como creación de un sistema de signos, a pesar de que pertenezcan a cada obra y mueran con ella, existiendo una preocupación por no repetir formatos aprendidos), pareciera éste estar cruzando la barrera de la técnica y el puro virtuosismo, a pesar de que, al mismo tiempo, los cuerpos se ven más entrenados y dúctiles. Me refiero a que los espectáculos no son clases de técnica sobre el escenario.
Por supuesto, acabo de enumerar generalidades, que no se dan cien por ciento en todas las obras, sino que cada una es un mundo aparte, y eso es lo rico de lo que está sucediendo.
Las obras que se ajustan casi fielmente a los anterior descrito, son La Madrona y la Soñarrera, obra extraña si las hay, de Valeria Antón y Soledad Galoto, estrenada en noviembre; en el mismo mes: Ojo volador, con Ayelén Clavin y Renata Lozupone y coreografía de Vicky Carzoglio y Lozupone, que estrenaron en un espacio increíble: el CheLa, una fábrica devenida en espacio cultural ligado a las últimas tecnologías; Sobrenatural, de y por una Natalia Tencer, al límite de su cuerpo (mayo/juni), Chito y sin piar, de y por Marina Brusco, con un enfoque más plástico, Flores de estación, un solo muy poético de 45' de Virginia Barcelona, ambas en una misma programación en abril; y una maravillosa Tres, de un ya veterano, pero muy arriesgado, Mariano Pattin, con sendos músicos bailarines:Iván Haidar, Federico Landaburu, Facundo Ordoñez estrenada en el Festival Internacional de Buenos Aires.
Obras en las que teatro y danza se confunden en una sola cosa, fueron aquellas en las que intervino un muchacho que se las trae: Rakhal Herrero, oriundo de Córdoba. La primera, Patiecito patiecito, con dirección más que acertada de Laura Aguerreberry, en la que Rakhal actuaba y bailaba junto a Aymará Parola, y la otra, de su autoría, Pathos, en la que contó con cómplices adecuados: Celia Argüello Rena, Agustina Menéndez, Ulrico Eguizábal. Otros optaron por una marcada teatralidad por sobre la danza: Hoy amo mañana no soporto de Mariana Carli, en Apacheta, durante junio, No se te ocurra quererme de Carolina De Luca y Contigo Calipso, de Laura Garófalo, reestrenada en octubre; las tres con temática ultra romántica y elenco que incluyó músicos en vivo.
Con intervención de tecnologías de cierta complejidad fueron las obras de y por Agustina Sario: Como siempre, en un breve lapso durante julio, y la excelente Discontinua, de Valeria Pagola y una cámara de video llevada por una bailarina, Nadia Zirulnikoff, obra que fue parte del ciclo Queer Dance, programado en el Rojas durante el final de noviembre, centro cultural que, a pesar de incluir autores jóvenes, no se caracterizó por mostrar trabajos más novedosos o arriesgados, aunque sí muy serios, en sus propuestas impecables: Historia para dos finales, de Joel Inzunza Leal y Permanece así, de Emanuel Ludueña, ligados a Ana Garat, y Rufianes de Exequiel Barreras, altamente influenciado por la estética del Ballet del San Martín. Otras propuestas que no llegan a romper claramente con las supuestas condiciones para pertenecer al círculo de los elegidos, pero que asimismo tienen un trabajo muy fuerte que sólo debe elegir su propio camino en el arte, son Lo que nos sostiene, de Mariela Ruggeri, estrenada en abril, y Dentro, del grupo C'est tout, con un dispositivo escénico performático, pero con un lenguaje de movimiento demasiado gimnástico, que recorrió varios centros culturales pertenecientes a la ciudad.
Repito que es una lista por demás incompleta, que sólo pretende entusiasmar a los espectadores a la espera de las nuevas programaciones de danza del año que viene, para que tengan en cuenta creadores menos promocionados, pero que tienen mucho para mostrar.